Alimentación, dieta y nutrición en disbiosis intestinal

Dieta y nutrición en disbiosis intestinal
¿Qué es la disbiosis intestinal?
Cuando la microbiota intestinal sufre un desequilibrio, estamos hablando de disbiosis intestinal, en contraposición a la eubiosis. En la eubiosis la microbiota es saludable y los microorganismos están en las cantidades adecuadas para llevar a cabo las funciones de la microbiota: reguladora, inmunorreguladora, muconutritiva, protectora y sobre todo, múltiples funciones metabólicas y reguladoras de otros órganos, como el cerebro.. No hay un solo tipo de disbiosis, aunque en una patología concreta se pueden encontrar algunas alteraciones parcialmente específicas de esa enfermedad, si bien igualmente habrá variaciones individuales.
¿Cuáles son las causas y los síntomas de la disbiosis intestinal?
Todo lo que hacemos influye sobre el estado de nuestra microbiota: la alimentación, el descanso, la actividad física, la toma de fármacos, el contacto con la naturaleza, la contaminación… La alimentación es uno de los principales factores que pueden acabar produciendo una disbiosis: los alimentos ultraprocesados, los aditivos de todo tipo, las grasas trans o el exceso de grasas vegetales con omega 6, el exceso de azúcares… en definitiva, la alimentación occidental y los productos ultraprocesados pueden provocar una disbiosis.
Los fármacos son también una causa muy frecuente de disbiosis: no solo los antibióticos, también otros muchos como el omeprazol y otros fármacos mal llamados protectores gástricos generan alteraciones de la microbiota intestinal. También los anticonceptivos, los antihistamínicos, los somníferos como las benzodiacepinas, las estatinas o incluso el paracetamol, pueden producir desequilibrios en la comunidad de microorganismos que viven en nuestro intestino.
También el estrés crónico mal gestionado, el consumo de tóxicos como tabaco y alcohol o una disbiosis de la microbiota oral como sucede por ejemplo en la periodontitis, producen disbiosis.
Cuando hay disbiosis intestinal, es habitual tener todo tipo de síntomas digestivos: malas digestiones, tendencia a tener exceso de gases, hinchazón o distensión abdominal, sensación de cansancio después de comer, dolor de barriga, estreñimiento o diarrea, sensación de no haber acabado de vaciarse cuando se hace deposición…
Pero una disbiosis intestinal puede afectar a muchos otros órganos y sistemas: se ha visto que en todo tipo de síntomas y enfermedades como la migraña, la dermatitis atópica, el acné, las enfermedades autoinmunes, la diabetes, la obesidad,… hay disbiosis intestinal, como un elemento que participa en la enfermedad o como consecuencia de la misma.
Por ello, siempre que hay una patología o un síntoma, se debe tratar también el intestino. Ya lo decía Hipócrates, el padre griego de la Medicina: “Todas las enfermedades comienzan en el intestino”.
¿Cómo diagnosticar un estado de desequilibrio intestinal?
A menudo podemos sospechar la existencia de ese desequilibrio de la microbiota intestinal por la presencia de los síntomas que hemos comentado. Si queremos saber exactamente qué tipo de microorganismos están en exceso y de cuáles no hay suficiente para asegurar un buen estado de salud intestinal, podemos recurrir a la realización de un test de microbiota fecal.
Comparativa de test/análisis de disbiosis intestinal
Los test o análisis de disbiosis intestinal se realizan con una muestra de heces. Este tipo de análisis no se realiza por cultivo como cuando se diagnostica una infección como la salmonelosis, por ejemplo, sino por técnicas de biología molecular detectando el material genético de los microorganismos. Esto se hace así porque muchos de los microorganismos son difíciles de cultivar, por un lado, y porque hay cientos o miles de especies diferentes y sería inviable detectar su presencia por cultivo.
Cuando se detecta el material genético de los microorganismos, se comparan después los resultados obtenidos con los perfiles de microbiota sanos en bases de datos por herramientas de análisis bioinformático muy complejos.
Actualmente se realizan sobre todo dos tipos de análisis. Muchos análisis se basan en técnicas de PCR (reacción en cadena de la polimerasa) para detectar ARN ribosómico 16S de las bacterias, porque está presente en todas las bacterias. Otros análisis que se llaman metagenómicos ya permiten obtener todos los fragmentos de ARN y ADN de una muestra por técnicas más avanzadas como la pirosecuenciación, dando una mayor cantidad de información sobre el material genético presente en la muestra.

El coste de los análisis depende mucho del laboratorio y de su técnica utilizada. Un análisis básico puede costar unos 200 euros, hasta los 500-600 euros de un test metagenómico completo.
No es recomendable realizarse este tipo de análisis sin prescripción facultativa, porque se debe elegir bien en qué momento se realiza. Por ejemplo, si hay SIBO, parásitos o celiaquía, estos se deben diagnosticar y tratar, y el propio tratamiento va a modificar el estado del microbioma. Por otro lado, recordemos que estamos analizando la microbiota fecal, que es como un cuadro parcial del estado del intestino: hay una gran cantidad de microorganismos que no se han identificado aún. Por lo tanto, estas pruebas pueden ser interesantes cuando el clínico experto en microbiómica los indica, pero por sí solos, sin un contexto adecuado, y una interpretación ajustada por la historia clínica, no son el santo grial de la salud.
Adicionalmente, suele ser interesante realizar determinaciones de parámetros de salud intestinal con marcadores de permeabilidad, inflamación o función pancreática como la zonulina, la calprotectina, la elastasa pancreática, o incluso los ácidos biliares cuyo perfil también depende del estado de la microbiota.
¿Hay una cura/tratamiento para la disbiosis intestinal?
La buena noticia sobre la disbiosis intestinal es que no tiene que ser para siempre. No es una enfermedad en sí. Es un trastorno secundario a múltiples causas. Por lo tanto, para curar la disbiosis intestinal en primer lugar es conveniente eliminar sus causas, siempre que sea posible. Por ejemplo, si se toma omeprazol o un fármaco similar de forma continuada, es conveniente revisar si de verdad es necesario. Se debe dejar de fumar o beber alcohol, con ayuda de un profesional sanitario si es necesario. La alimentación es otro pilar del tratamiento de la disbiosis intestinal.
Por otro lado, es posible que el médico o terapeuta recomiende tomar probióticos, prebióticos y determinados nutracéuticos para el tratamiento de la disbiosis. Normalmente, el primer paso para tratar la disbiosis consiste en eliminar el exceso de microorganismos patógenos, es decir, lo que en lenguaje coloquial se llaman “bacterias malas” (que no siempre tienen por qué ser malas per se salvo cuando están en exceso). Esto se puede lograr con antibióticos farmacológicos o herbáceos, o incluso con el uso de ciertas cepas probióticas que fabrican bacteriocinas. Las bacteriocinas son sustancias producidas por bacterias que matan fundamentalmente a las bacterias “malas”. La ventaja de su uso es que se evita la toma de antibióticos que tienen un espectro de acción amplio y pueden dañar también a la parte beneficiosa de la microbiota.
También los herbáceos como ciertos aceites esenciales pueden ser interesantes en estos pasos iniciales del tratamiento.
Después de esa “limpieza” de la parte perjudicial de la microbiota, mientras se realiza una alimentación prebiótica y antiinflamatoria, se puede proceder a repoblar el intestino con especies probióticas beneficiosas, idealmente de derivación humana.
También puede ser necesaria en ocasiones la administración de otros suplementos como enzimas digestivas, fibra prebiótica soluble, posbióticos como el butirato, o ciertos micronutrientes como vitamina D, zinc o glutamina.
Dieta para mejorar el estado de disbiosis y la inflamación intestinal
Existen múltiples propuestas dietéticas para mejorar el estado de disbiosis o para disminuir la inflamación intestinal. Todas suelen tener en común la eliminación de los productos ultraprocesados, de las grasas trans, y el exceso de azúcar.

Una alimentación prebiótica y antiinflamatoria se basa en comer comida real, es decir, alimentos, no productos:
-Verduras y frutas de todos los colores, preferentemente de temporada y proximidad: son fuente de carbohidratos accesibles a la microbiota (lo que hasta hace poco se llamaba “fibra”) y polifenoles. Los polifenoles son micronutrientes que modulan la microbiota y que son transformados por ella para que obtengamos todos sus beneficios. Son sustancias como el resveratrol o la quercetina, por mencionar dos ejemplos de los más conocidos. Las verduras idealmente deberían ser la base de la alimentación.
-Setas, que contienen sustancias prebióticas y moduladoras del sistema inmunitario como los 1,3- y los 1,6-glucanos.
-Pescados, mariscos y crustáceos ricos en grasas saludables de tipo omega 3.
-Huevos ecológicos o camperos.
-Carne de ave, preferentemente de producción ecológica.
-Frutos secos y semillas variadas al natural.
-Alimentos fermentados: kéfir, kombucha, chucrut, lácteos fermentados (si no hay problemas con la caseína), o alimentos de fermentación casera.
-Cereales y pseudocereales de forma individualizada según la persona: es importante cuando hay síntomas digestivos o generales descartar la celiaquía y la sensibilidad al gluten no celíaca, sobre todo antes de retirar los cereales con gluten de la alimentación. En general, los cereales no deberían ser la base de la alimentación puesto que se ha comprobado que un consumo excesivo puede favorecer un perfil metabólico desfavorable si se produce una ingesta excesiva de hidratos de carbono procedentes de harinas refinadas.
-El almidón resistente es un tipo de fibra particularmente interesante para nuestra microbiota, y se obtiene de ciertos alimentos como semillas y legumbres, y de otros cuando se cocinan y luego se enfrían, como la patata y el arroz. Está presente también en el plátano macho, la yuca, las castañas y el boniato.
–Grasas saludables como el aceite de oliva, el aceite de coco, el ghee, la mantequilla ecológica, y la grasa presente de forma natural en el aguacate, los pescados y los frutos secos.
Además, para mejorar el tránsito intestinal y la función digestiva en general, se debe dejar un mínimo de 4 horas entre las comidas, para que los complejos motores migratorios funciones de manera adecuada haciendo que el bolo alimenticio recorra todo el intestino.
El ayuno nocturno idealmente debe ser de mínimo 12 o 13 horas. La cena tardía interfiere en las actividades de reparación y descanso de los tejidos del sistema digestivo y en el descanso nocturno, y puede ser causa de disbiosis por sí misma.
Aprender más sobre microbiota y alimentación
En ¡Es la microbiota, idiota! la Dra. Sari Arponen profundiza en las causas y consecuencias de la disbiosis, y en su nuevo libro, En la cocina con la doctora Arponen, hay 80 recetas para cuidar de la microbiota y del sistema inmune.Además, dentro de la membresía de Slow Medicine Institute hay cada mes un contenido exclusivo sobre microbiota.
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